Historia de vida I Primera parte
22 JUL 2019
Cada día vemos a grandes mujeres y hombres que trabajan arduamente por la construcción de una mejor sociedad. Esas personas se enfrentan a grandes retos: la violencia, discriminación y el racismo, por ejemplo. Sin embargo, gracias a su espíritu luchador pueden salir adelante. Tal es el caso de Katherine Elvira Llanca Rodríguez una mujer peruana que es un modelo a seguir por su labor como activista social, psicóloga profesional y mentora.
El retrato de Katherine
Nunca la pude ver en persona, sin embargo, la conocí. Fueron sus correos siempre amables, sus pensamientos en artículos y su misma historia de vida los elementos que me permitieron dibujar en mi mente a una hermosa mujer afroperuana de sonrisa y corazón grandes, sinceros y valientes.
Quien la ve hoy, junto a mujeres con banderas de igualdad y equidad, junto a niños en actividades sociales o junto ancianos con las manos levantadas y felices, tal vez no pueda creer que Katherine tuvo una larga historia de auto superación y lucha contra la violencia, la discriminación y el racismo.
“Llegué al activismo gracias a Ashanti Perú. Una red contribuyó mucho en mi formación y en la reafirmación de mi identidad Afro”, dice ella, quien tiene el cabello rizado y la piel morena. Además cuenta que comenzó realizar voluntariados a los 18 años al ver las problemáticas de la realidad peruana. Pero su historia inicia mucho antes.
En palabras de Katherine
He tenido una historia de vida, muy bonita y a la vez dura. Nací en 1994, en el Hospital Rebagliati, mi madre me alumbró a los 7 meses, era un ser muy pequeño —frágil como diría la sociedad—, sin embargo, dentro de ese cuerpo “pequeño y delgado”, nació una persona que, con el tiempo, decidió visibilizar a una parte de su nación.
Mi hogar era muy cálido, mi padre es Militar y mi madre estudió enfermería, pero por injusticias de la vida no la ejerció aunque fue una muy buena estudiante. Entonces, nunca pudo cumplir su más grande sueño, trabajar en un hospital.
Crecí con mi tía Luz, a quien, desde niña, me enseñaron a llamarle “Ñeca”. Mi tía es mi segunda madre, la persona que me tuvo desde nacida entre sus brazos mientras mi madre trabajaba limpiando los salones de más de 20 estudiantes de los colegios nacionales y es que había que ganarse la vida, para que “este pechito comiera”.
Desde pequeña me enseñaron que debía perdonar a quien daño me hacía.
Mi madre me contó que las malas lenguas decían sobre mí que yo nacería con cola “porque era hija de una negra”. A pesar de que era pequeña, muy pequeña, recuerdo cómo mi tía Emma me hacía bailar en su cuarto, o cómo era mi tía Rosa: una mujer intelectual, guerrera, que cumplía lo que se proponía. Precisamente, ellas junto a toda mi familia, fueron mi fuente de inspiración para escribir este relato.
A nivel escolar, sí pasé muchas cosas, a mis 4 años fui mordida por una niña de mi edad “porque no le caía”. Es horrible vivir con 8 años, estar en segundo grado, ser el primer puesto de tu salón, y que por ser gorda, no quieran juntarse contigo; que en forma de broma, personas que con malas intenciones te llamen “ñoña”; que en son de broma, rompan tus cosas. Solo por ser tú.
Cada mañana me levantaba y mi tía me enseñó a orar al Bendito para que me guíe y me cuide, creo que en esa etapa de mi vida el estar cerca a Dios fue mi fortaleza para sobrevivir al que, en ese entonces la gente no sabía que se llamaba “acoso escolar”.
Varias veces me encerraba en el baño a llorar, porque durante el recreo, todos hacían grupos en el patio de mi colegio, pero, aunque les decía para jugar, no me aceptaban. Y si alguien quería jugar conmigo, entonces, ya no se juntaban con esa persona. Por ello, no tuve muchos amigos hasta segundo de primaria. De hecho, solo tuve dos amigas: una de ellas fue la única que estuvo conmigo en este transcurso. Hoy ya descansa en la presencia de Dios. Y la otra que ahora está lejos de mí por las fronteras.
Siento que frente a la sociedad, no fui libre hasta mi adultez. Llegué a tercero de primaria, y me tocó una profesora muy estricta, que aunque con el tiempo, le agradezco muchas cosas, a mis 9 años, me daba miedo. Los primeros días de clases, me ponía en la ventana y lloraba de miedo, rogándole a mi mamá que me llevara a su trabajo o que me cambiara de colegio, que yo recuerde nunca había hecho eso en inicial, debo confesar que en un periodo muy largo yo lloraba de miedo, tanto así que tuve que acudir por primera vez al psicólogo de mi colegio.
Fui a terapia Familiar, por esa y otras situaciones que pasaban en mi casa, pero lo más bonito de esto, es que nunca me rendí, mis calificaciones bajaron, a diferencia del otro colegio, y cuando logré sacarme una nota altísima, ese día me eché a dormir con mi tía Ñeca y ella me cuenta que toda la noche hablaba dormida, diciéndole que me había sacado esa nota.
Tuve un grupo de profesoras que marcaron mi vida muy linda, con su propia esencia, fortalecieron y me dieron seguridad para seguir adelante.
Fui creciendo y ya mi tía no podía seguir cuidándome porque tenía otros proyectos. Así que, a partir de 4 de primaria, me levantaba 6:00 a.m. para ir con mi mamá a su trabajo y ayudarle a tumbar las carpetas para sacar la basura de los salones mientras ella limpiaba, puedo decir que mi madre se sacó la mierda por mí, exponiéndose a muchas cosas, un día, por ejemplo, en uno de los salones encontró una rata y me dijo: ”Kathy, anda al cuarto y espérame allá” (el famoso cuartito era un espacio pequeño como almacén, donde todas las mañanas desayunaba o estudiaba para irme al colegio). Dentro de ello, fui creciendo y llegó sexto grado, mi segunda vez en la cual declamaría, ese día recuerdo haber declamado una poesía de Paulo Coelho, mi madre era la más feliz, yo estaba muerta de miedo. Lo hice con miedo y con todas mis fuerzas, no gané en ese momento, pero que rico lo disfrute.
A mis 10 años, sufrí de un intento de Abuso sexual.
Muchas personas, incluyendo mi novio, no les gustaría que escriba esta etapa de mi vida, pero siento que debo contarlo, pues de esta manera siento que estoy ayudando a otra persona a que no calle y denuncie, que nadie tiene derecho a tocarte y que al mínimo indicio que sienta, comunique, como quizá después de años, con mucha pena, lo cuento yo. Debo decir que no fue la primera vez, porque a los 15 años se repitió la historia y fue el declive de muchas cosas.
A pesar de esto, me armé de valor y a mis 10 años, intenté ser la niña “normal”, salía a jugar con mis amigas, reía a pesar de lo que pasé a esa edad. Mi vida me cambió gracias a la llegada de Leo, mi hermanito, uno de los pilares en mi fuerza de lucha, ya que desde siempre anhelaba la llegada de un hermanito.
Siempre quise hacer algo por mi distrito. Recuerdo que aproximadamente a esa edad, había reciclado papeles de cuadernos, los corté en cuadraditos y, como me gustaba bailar, anuncié en esos papeles que daba clases de baile gratuitas a las niñas que así lo quisieran.
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